lunes, 9 de marzo de 2015

La escuela tradicional en Montejo de la Sierra

Nuestra alumna Luisa González Frutos comparte sus recuerdos de la escuela en los años cincuenta.

Entre los años 48 y 56 (que yo recuerde), la escuela estaba en la planta baja del Ayuntamiento, a la izquierda la clase de los niños y a la derecha la de las niñas. Según entrábamos a mano derecha había una tarima que era un poco más alta, dónde se sentaba la maestra. Había una mesa con varios cajones, y a mano derecha había un armario que no tenía puertas, sólo la moldura. Una alumna de las mayores, que se le daba muy bien el dibujo, pintó a Blancanieves y los Siete Enanitos en papeles grandes, los coloreó y se colocó de puerta para que no entrase polvo y estuviese recogido. A mano izquierda estaban los libros colocados en estanterías. Había dos mapas, el de España y otro que era el mapa mundi. También teníamos la esfera o globo terráqueo, el suelo era de tarima y en la parte de adelante, por debajo de la tarima de la maestra, había dibujado un mapa de España en el suelo, todo detallado, con provincias y ríos, y allí la maestra nos mandaba colocarnos cada una en una provincia, y así nos lo enseñaba.

Las mesas eran distintas a las de ahora, eran pupitres incorporados a la mesa. Como todas las mesas eran iguales, las pequeñas no llegábamos a la mesa y nos poníamos de rodillas en el asiento. Cada mesa tenía dos asientos y en el centro había un agujero, en el que poníamos el tintero para mojar las plumas. Yo recuerdo que la tinta la hacía la maestra con unas pastillas.

Colgada en la pared había una pizarra grande, había dos ventanales, uno en la parte de delante (que daba a la plaza) y otro en medio de la clase (daba a una calle cortada). Colgadas en la pared teníamos unas perchas para colgar la ropa y hacia la segunda ventana teníamos una estufa de leña para el invierno, pues entonces no había calefacción y hacía mucho frío.

La maestra era la misma para toda la clase. Las chicas los jueves por la tarde teníamos costura, y algunas veces, cuando el tiempo era bueno íbamos de paseo, cantábamos y bailábamos. También quiero recordar que por esa época vino la cátedra de la Sección Femenina. A las chicas nos daban clases de gimnasia, canciones, baile y teatro. A las jóvenes les enseñaban corte, confección y a bordar.

Los libros que había en la biblioteca eran de lectura, y cada uno teníamos una enciclopedia  que nos valía para todos los cursos. Donde éramos varios hermanos, cuando se compraba un lápiz, se partía en tres o cuatro, y nos los ataban con un bramante al cuaderno para que no lo perdiéramos.

Como los inviernos eran tan crudos y nevaba mucho, a los pequeños nos llevaban en brazos a la escuela, porque nos atascábamos en la nieve. Cuando a una niña le dejaba la maestra encerrada por no hacer la tarea, le llevábamos pan por la ventana que daba a la calle. Salíamos al recreo a jugar a la plaza, cuando hacía mal tiempo jugábamos en el portalillo del Ayuntamiento. Cuando llegaba la Navidad, hacíamos el Nacimiento, preparábamos las casitas con cartón y engrudo, hacíamos el castillo de Herodes y a algunas mujeres les hacíamos la cara con garbanzos. Le poníamos un pañuelo y el pelo de los jerseys que llevábamos , pelando algunos hilillos, y ya teníamos hecha la figura. Recogíamos el musgo por las paredes y así hacíamos el Nacimiento.

Guardamos un grato recuerdo de la primera maestra que tuvimos. Fue una gran persona, se llamaba Doña María Leal. Nos enseñó muchísimas cosas, nos daba muy buenos consejos y todas la recordamos con mucho cariño. Recordamos la poesía "La casa solariega":

"Mi casa es pobre, mas tengo dentro de ella abrigo y pan, tengo padres, tengo hermanos ¿qué más puedo desear? Mi padre cuida los campos, mi madre rige el hogar, mis hermanos les ayudan, todos trabajando están. Yo que soy niña y les veo, me conformo con andar, del uno al otro llevando con un beso amor y paz. ¡Oh casita venturosa! ¡oh dulce amor y paz! ¡oh familia dulce y casa! ¿cómo yo os podré olvidar?".

También recordamos algunas canciones: "El molinero muele", "Dice mi tía Doña Inés", "Cuando voy a la aldea", "El sol le dijo a la luna", "Gracias Dios mío, gracias", "En la plaza de Reinosa", "Cristo y enamoreme", "Jueves llegó y hace buen día".


Luisa González Frutos.

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Los juegos tradicionales en Montejo de la Sierra

Nuestras alumnas de Montejo nos cuentan cómo jugaban cuando eran pequeñas...

Jugábamos a: tabas, Perro lino lana, escondite, jaraba, plantado, disparates, tres en raya, muela, la semana, la comba, al pasar la barca, parchís, la oca, dominó, cartas, mona, acertijos, chistes, a decir cosas, a las casitas, cuando enhebrábamos las agujas, al gua (con agallones que se cogían de los robles, había que acertar a meterlos en un agujero), las cuatro patas y el rabo, alza la maya... Como no teníamos juguetes, con la imaginación hacíamos lo que podíamos,con piedras en el suelo dividíamos las habitaciones, la olla la hacíamos con los agallones que cogíamos de los robles. Los vaciábamos y la parte de arriba la cortábamos y la poníamos de tapadera. Las tejas rotas las machacábamos y hacíamos el pimentón. Las piedras pequeñitas eran las judías o los garbanzos, y la arena era la harina, sal o azúcar. Los cazuelitos eran los platitos. También con el papel de estraza hacíamos el dinero, lo recortábamos y apuntábamos lo que valía cada billete. También jugábamos a las tenderas, y hacíamos los pesitos de las cajas de betún. Unas iban a comprar y otras hacíamos la comida. Nosotras nos hacíamos las muñecas con trapos viejos y aprendíamos a hacer punto con las plumas largas de las gallinas. Las pelábamos y eso eran las agujas. Como no teníamos lana, si alguien deshacía un jersey allí estábamos a recoger lo que tiraban, así que todo eran nudos. También enhebrábamos las agujas a las personas mayores, que cuando nos sentían pasar nos llamaban y nos decían: "Chicas, enhebráime las agujas y echáime la hebra bien larga" y tenían cuatro o cinco agujas y las enhebrábamos todas hasta que se les acababan y nos volvían a llamar. Esto era lo que hacíamos de pequeñas y lo pasábamos lo mejor posible.

 Luisa González Frutos

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Leyendas de Rascafría

En esta entrada nuestros alumnos de Rascafría incluyen dos leyendas sobre dos parajes cercanos a su pueblo, la Peña de la Mora y el Carro del Diablo: La leyenda de la Peña de la Mora: En esta ocasión, la protagonista de la leyenda es una mujer, una bella mora que pereció en tiempos de la reconquista en el interior de una peña de la zona, motivo por el que se la denominó de esta manera. La joven murió aguardando a su prometido, una espera en la que la mujer se lavaba cada mañana la cara con el agua del interior de la cueva. De la mora se dice que hoy queda un rubí, escondido en algún rincón de la peña, que espera a que llegue su joven enamorado. Las leyendas del Carro del Diablo: En la primera de ellas se cuenta que el arquitecto Juan Guas construía la catedral de Segovia, y viéndose apurado para terminarla en la fecha acordada pactó con el diablo para acabarla dentro del plazo y no ser penalizado. Las obras iban a buen ritmo y entonces el arquitecto decidió romper el pacto al ver que terminaría antes de la fecha fijada. Fue entonces cuando el diablo desvió el último carro de rocas, procedente de la cantera y destino en Segovia, a la ladera de los Montes Carpetanos que cae hacia Rascafría, dejándolo petrificado para los restos, y así la obra del arquitecto quedara incompleta. La segunda leyenda está relacionada con la construcción del acueducto de Segovia. Y es que la leyenda cuenta cómo la hija del sacristán de Segovia vendió su alma al diablo para que, a cambio de no bajar todos los días a buscar agua a mucha distancia de su hogar, éste construyera un acueducto en una noche. Parece ser que cuando el diablo iba transportando la última piedra, empezó a amanecer de tal manera que quedó petrificado, constituyendo hoy día la roca de granito conocida como Carro del Diablo.
El Carro del Diablo

El Tuerto Pirón, una historia de bandidos y malhechores

El paso de la Sierra hasta hace relativamente poco tiempo suponía un trance para los viajeros que transitaban los puertos de montaña. Siempre existía el riesgo de sufrir robos o incluso alguna agresión física. La creación de la Guardia Civil en 1844 contribuyó a acabar con los numerosos bandoleros que campaban por la Sierra. Uno de los últimos, protagonista de multitud de leyendas que han pervivido gracias a la tradición oral, fue el llamado Tuerto Pirón. Nuestros alumnos del aula de Iniciales de Rascafría reflejan en esta entrada alguna de los relatos sobre este personaje que han pervivido en dicho municipio.
Asalto de ladrones, Francisco de Goya, 1794
"A mediados del siglo XIX, en un pueblecito segoviano llamado Santo Domingo de Pirón, vivía un chaval llamado Fernando Delgado Sanz que, junto con sus amigos, recorría los pueblos limítrofes y los que separaban Segovia de Madrid haciendo fechorías para divertirse a costa de los demás. En una ocasión se encontraron un pastor en el camino y burlándose de él le espantaron las ovejas con lo que algunas se extraviaron. Otra vez se encontraron un cordero en su camino, lo mataron e invitaron al dueño a comerlo junto a ellos. Así, siguieron divirtiéndose, robando gallinas en otro pueblo y haciendo todo tipo de fechorías. Se sentían orgullosos de este tipo de hazañas, sobre todo Fernando, que al ser corpulento se atrevía a todo, incluso a pelearse con quien le reclamaba los daños. En una de las múltiples peleas que tuvo le dejaron tuerto e incluso tuvo que intervenir la guardia civil en varias ocasiones. No conseguía trabajo debido a su mal comportamiento pero para comer tuvo que seguir delinquiendo. Al final tuvo que huir de la justicia y se fue a esconder a los cerros de Savuca de Alameda y por el puerto de Malagosto que cruzaba de Sotosalvos a Oteruelo y de allí a Rascafría, de mayor población. Aquí encontró refugio en el hueco del tronco del Olmo situado en la Plaza Mayor, un olmo de descomunales dimensiones con cuatro enormes brazos de unos 300 años de antigüedad. Por esta plaza pasaban todos los días los trabajadores de la fábrica, los hacheros, los carboneros y los carreteros que madrugaban para dar de comer a los bueyes y se tomaban el aguardiente en el bar. El Tuerto Pirón, desde su escondite en el tronco del Olmo, se enteraba de toda la información que necesitaba para robar: si habían vendido ganado o cobrado la contada los hacheros, quién iba a ir al molino, etc. También cuenta la leyenda que una madre mandó a su hija al molino con un saco de grano y la advirtió de que no hablara con nadie porque andaba merodeando el Tuerto y la podía robar. Pero el Tuerto le dijo que sólo robaba a los ricos para dárselo a los pobres y le dio una moneda".

Historia de Rascafría, los Quiñones

Durante gran parte de nuestra Edad Media, la sierra del Guadarrama constituyó una frontera efectiva entre Al-Ándalus y los reinos cristianos del norte. A menudo, tropas musulmanas cruzaban Al-Sarrat (así es como denominaban a nuestra "Sierra") para efectuar campañas de saqueo en tierras cristianas, desplazando al enemigo más allá del río Duero. Es con el reinado de Alfonso VI (1072-1109) cuando los castellanoleoneses cruzan definitivamente el Sistema Central y trasladan la frontera mucho más al sur, en torno al río Tajo. En la reconquista y repoblación de la zona comprendida entre las montañas del norte de la Comunidad de Madrid y la ciudad de Toledo, las gentes de la Comunidad de la villa y tierra de Segovia desempeñaron un papel fundamental, de ahí que amplias zonas del valle alto del Lozoya quedasen bajo jurisdicción de Segovia hasta la división provincial de Javier de Burgos en 1833. A continuación, el siguiente relato elaborado por nuestros alumnos del aula de Iniciales de Rascafría, explica la vinculación existente entre las tierras del alto Lozoya y la ciudad de Segovia: "Todo empieza con el avance de los cristianos frente a las tropas califales. La piel del toro está partida en dos y las batallas se suceden. Derrotas y victorias que van dejando atrás antiguos territorios y van consolidando nuevos. El paso de Segovia es comprometido. Guadarrama es un importante enclave y a la vez excesivamente peligroso. Bandoleros y escaramuzas de los almohades han generado miedo en la población que se niega a habitar un lugar fronterizo con la muerte. El rey Alfonso X, el 26 de junio de 1273, sabe que debe ceder en algo si quiere continuar con su sueño de repoblación y conquista hacia el sur. Concede entonces a los que habiten las alberquerías del puerto de Malagosto (antiguo término de Oteruelo) exenciones tributarias. Estableció un privilegio que eximía a los moradores de estas zonas rurales de montaña de pagar tributo alguno. Es decir, los que se jueguen la vida entre esas laderas y valles lo harán a cambio de un futuro mejor para los suyos. Muchos acuden a la cita, pero el problema de la seguridad sigue latente.
Los musulmanes y forajidos aprovechan la situación agreste de estos asentamientos para golpear con frecuencia a sus moradores. La situación es de tal gravedad, que la tierra se empieza a otorgar a quien demuestre que tiene capacidad para defenderla. En concreto, todo hombre que tuviera un caballo y una lanza obtenía un Quiñón de tierra, que era una unidad fiscal. Se exigía la tenencia de un caballo porque ellos mismos debían defender sus tierras. Los nobles cristianos no tienen capacidad para atacar en todos los rincones del mapa y, además, defender pequeños núcleos rurales. Dos caudillos segovianos, Día Sanz y Fernán García, toman la iniciativa y crean un cuerpo militar propio. Las ordenanzas segovianas fijan en 1302 que el valle del Lozoya quede dividido en cuatro cuadrillas: Rascafría, Oteruelo, Alameda y Pinilla. Cada una de estas localidades tiene un cuerpo militar propio, compuesto por 25 hombres, que es el encargado de defender el territorio. Nacen los quiñones. Cien caballeros que patrullan el valle y que, novedad, imparten también justicia. El Rey y sus mandatarios delegan en ellos el poder de decidir lo que en aquellos campos es justo y lo que está fuera de la ley. Los caballeros profesionales no sólo fueron un cuerpo militar; a la vez se convirtieron en protagonistas de una jurisdicción propia. Es entonces cuando aparecen el Puente del Perdón, frente al Monasterio del Paular, y la Casa de la Horca. Dos construcciones de piedra que todavía se conservan".