Presentación elaborada por el alumnado de Secundaria del CEPA Buitrago del Lozoya que recoge el itinerario histórico turístico realizado con motivo del IV Encuentro Promece
Blog destinado a reunir los trabajos de los alumnos del CEPA Buitrago del Lozoya sobre Historia, elementos ambientales, tradiciones, gastronomía y cultura en el ámbito de la Sierra Norte y el valle del Lozoya. Todo este trabajo se enmarca dentro de la participación del CEPA Buitrago del Lozoya en el proyecto PROMECE del Ministerio de Educación, con el título de "Sí importa saber quién soy".
lunes, 23 de noviembre de 2015
El Quijote del CEPA Buitrago
Este año se cumple el IV centenario de la publicación de la segunda
parte del Quijote. Por este motivo, y dentro de las actividades programadas en
el proyecto PROMECE “Sí importa saber quién soy”, los alumnos de Secundaria del
aula de Lengua y Literatura del CEPA Buitrago del Lozoya han realizado una
versión de dicha obra adaptándola a la actualidad y al entorno de la Sierra
Norte de la Comunidad de Madrid.
En
una residencia madrileña, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho
tiempo que vivía un anciano de los de dentadura postiza, medicación abundante e
hijos ausentes. Acelgas rehogadas, san jacobos las más noches, macarrones con
chorizo los sábados, lentejas los viernes, algún pescado de añadidura los
domingos, constituían las tres partes de su monótona dieta. Después de una vida
trabajada como pastor y en otros tantos oficios, conservaba una estampa fina,
piel clara y canas de plata. En cada arruga tenía una historia vivida o soñada…
¿Quién sabe?.
El pago de la residencia consumía su
pensión. Se relacionaba tan sólo con una auxiliar de enfermería que pasaba de
los cuarenta y un nieto que no llegaba a los veinte. Frisaba la edad de nuestro
anciano con los ochenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto
de rostro, ensoñador y algo demente. De nombre Carmelo, de siempre tuvo el
sobrenombre de “Cuartokilo”.
Se
enorgullecía el buen Carmelo de haber sido uno de los últimos pastores
trashumantes[1] de la
Sierra del Guadarrama. Natural de un pequeño pueblo del valle del Lozoya, desde
chico anduvo siempre rodeado de cabras y merinas[2].
A menudo le encontrabas absorto en sus recuerdos, mirada ausente. ¿Quizás
recordando el
cielo claro de los días de sol en Extremadura? ¿O por el contrario aquel otro
cargado de estrellas en las frías noches de la Sierra del Guadarrama?.
Conversaciones con pastores, la hoguera bien alimentada de piornales[1]
y noches en vela en la soledad de la majada[2].
Contraste grande entre esos días de
libertad en su tierra, sin más techo que el marcado por las estrellas, frente a
la asfixiante y monótona vida de prisión de su residencia madrileña. Un
escalofrío le invadía al pensar que no volvería a ver esos paisajes grabados a
fuego en su memoria y que el capítulo final de su existencia se cerraría en el
maldito asilo.
En sus recuerdos se mezclaban los
paisajes y la añoranza del amor de su vida, Dionisia. Mujer única, serrana de
pies a cabeza, que nunca dejó de atenderle, de quererle durante esas largas
ausencias en tierras extremeñas. La recordaba como la reina de las cumbres,
alta, morena y ya al final de su vida, con la piel agrietada por el frío viento
de la montaña. Echaba en falta su presencia, sus sopas calientes y la forma que
tenía de recibirle con el pan recién hecho, huevos fritos y el porrón de vino.
Largo tiempo había pasado desde la muerte de Dionisia pero Carmelo no se
resignaba a su ausencia.
Una mañana de un día gris plomizo de
otoño, sintió la necesidad de ir en busca de su amada y volver a pisar los escenarios
de antaño. Fingiendo un infarto, cayó desplomado en el salón de la residencia.
Una ambulancia le trasladó al Hospital de la Paz y al descuido de los
sanitarios cogió su vieja y arrugada ropa y entró en una cercana boca de metro
con la intención de llegar a Avenida de América para coger un autobús, destino:
Buitrago del Lozoya.
Tan absorto estaba en sus pensamientos
que no era consciente del paso de las horas y de adónde le habían llevado sus
pasos. Desorientado
y
animado por esta aventura, comenzó a verse paseando por los verdes prados de su
sierra natal. En esto estaba, cuando al ver a un ciego vendiendo cupones de la
ONCE acompañado de su fiel labrador, confundió a éste con un viejo conocido del
oficio del pastoreo llamado Cipriano y su mastín, del quien no guardaba buen
recuerdo. A Cipriano le confió Carmelo su escusa[3]
durante unos días en los que que tuvo que ausentarse por obligaciones en la
capital. Al volver, dos ovejas echó en falta, y Cipriano le mostró el zaleo[4]
de las mismas, al parecer víctimas de un ataque de lobos.
-¡El
lobo!- pensó Carmelo. El peor enemigo del pastor, abundantísimo en las sierras
de Madrid y Segovia y que amenazó al ganado hasta bien entrado el siglo XX. Su
padre, también pastor, le contó numerosas y aterradoras historias de ataques a
rebaños. Normalmente éstos se producían a principios de otoño, cuando las
camadas de lobeznos aprendían las técnicas de caza y los rebaños se disponían a
abandonar las majadas serranas rumbo al sur. Esas infinitas noches, los
pastores en vela, azuzando a sus mastines para que mantuvieran alejados a los
lobos que descendían de sus aulladeros.
A pesar de todos estos relatos que
escuchó en su niñez, el lobo había dejado de estar presente en estas tierras,
debido en gran medida a la acción de los cazadores. El más célebre de todos
ellos, y presente también en muchos de los relatos de su padre, fue el llamado
Tío Francachela, un cabrero de Miraflores que limpió en gran medida estas
tierras ayudado tan sólo de un saco y un imponente garrote.
Por todo esto no creyó Carmelo el
relato de Cipriano y desde esos años andaban peleados. Así, cuando creyó
reconocerle en uno de los pasajes del metro madrileño, se animó a cobrarse esa
antigua deuda.
-¡Ganas
tenía de verte Cipriano! ¡Muchos años han pasado, pero no te creas que he
olvidado las dos ovejas que me robaste, haciéndome creer que fue cosa de
lobos!- Mientras decía estas palabras, Carmelo se abalanzó sobre el ciego y
propinándole un puñetazo, provocó en el ciego una hemorragia escandalosa.
-¿Pero
qué cojones le pasa a este tipo? ¿De dónde ha salido este loco? ¡Socorro!
¡Ayuda! ¡Seguridad! ¡Me matan!-gritaba el ciego, mientras dos fornidos guardias
de seguridad apartaron a Carmelo, le metieron en un cuarto y procedieron a
interrogarle. Mientras todo esto ocurría, policías y una pareja de sanitarios
llegaron al lugar. Carmelo, asustado y frustrado, relató su intento de fuga.
Conducido de vuelta al asilo, fue obsequiado con una buena reprimenda como
recibimiento.
De vuelta a la monotonía de la
residencia y bajo los efectos de la medicación, iban pasando los días, pero de
su mente no se borraba la intención de volver a intentar la fuga. Pasados unos
días, una mañana cualquiera, al levantarse, sintió unas ganas irreprimibles de
escapar de ese lugar, donde todo se regía por normas a las que él no estaba
acostumbrado, siempre diciéndole lo que podía o no podía hacer. Las noticias de
la frustrada evasión de Carmelo hicieron que su nieto, Nacho, acudiera a la
residencia a visitar a su intrépido abuelo.
Nacho era un joven de diecinueve años,
de estatura mediana y delgado como una espiga de centeno. Una gorra de medio
lado dejaba entrever una cresta teñida de rojo. Cadenas doradas al cuello y
camiseta de tirantes completaban su estampa. Era Nacho uno de esos ninis que
tanto abundaban por las calles de Madrid. Su más preciado bien era un SEAT
Ibiza viejo, amarillo y tuneado. Solía dar la murga a sus vecinos paseándose
por el barrio con las ventanillas bajadas, a gran velocidad y estruendo, y con
esa música tan popular entre los jóvenes conocida como “reggaetón”.
Tras ver Nacho la tristeza y
melancolía que acumulaba su abuelo Carmelo, convenciéndole éste de la necesidad
de abandonar el asilo, y como no tenía nada mejor que hacer, convinieron ambos
la escapada a los pueblos de los que tantas veces le había hablado su abuelo.
Con la excusa de un paseo matutino,
salieron éstos sin equipaje y sin volver la vista atrás. Agarraron la carretera
de Burgos y mientras Nacho conducía, cercanos ya al pueblo de La Cabrera,
Carmelo decía lo siguiente:
-¡No
hace ni media hora que hemos salido de Madrid y ya vemos El Pico de la Miel,
Nacho! Para hacer este trayecto cuando tenía tu edad, necesitábamos armarnos de
paciencia y valentía. Aunque en esos años hacía ya unas décadas….
[1] Piorno: arbusto de hasta un metro de
altura, abundante ramificación, de flor amarilla y fruto en legumbre de color
negro.
[2] Majada: espacio donde se recogían el
ganado y los pastores durante la noche, situada en el campo o en la ladera de
las montañas, compuesta por un cercado, un chozo para el pastor y cobertizos
para el ganado.
[3] Escusa: derecho que concedía el dueño de
un gran rebaño a sus pastores y guardas para
poder apacentar en sus tierras un pequeño número de animales de su
propiedad sin pagar renta alguna.
[4] Zaleo: piel de la oveja.
[1] Trashumancia: tipo de ganadería
seminómada que consiste en trasladar rebaños, generalmente de ovejas merinas,
desde las tierras altas de Castilla hasta las provincias de Badajoz y Sevilla.
La marcha hacia el sur se producía a finales del otoño (no más tarde del día de
Todos los Santos), buscando temperaturas más suaves y abundantes pastos. A
principios de primavera los rebaños hacían el camino contrario, huyendo del
calor sofocante de tierras extremeñas y andaluzas.
[2] Merina: raza de ovejas, al parecer de
origen español o norteafricano, actualmente la más extendida en el mundo por su
capacidad de adaptación a distintos medios. La calidad de su lana es muy
valorada por lo que durante la Edad Media, Castilla destacó por la exportación
de la misma.
Oficios tradicionales en la Sierra del Guadarrama
Presentación realizada por los alumnos de Secundaria del CEPA Buitrago del Lozoya donde se recogen las características de los oficios tradicionales de la Sierra del Guadarrama
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